jueves, 12 de noviembre de 2015

ARTICULO DE OPINIÓN SOBRE "LA INSIGNIA"



El cuento de la Insignia fue escrito en Lima en 1952, por Julio Ramón Ribeyro. Se encuentra dentro del libro de cuentos “La Palabra del Mudo”. Está narrado en primera persona.

Particularmente este cuento se basa en una historia con hechos incomprensibles del personaje principal. Me pareció muy entretenido e interesante en lo absoluto. Ya que no se sabía de lo que hablaban algunos personajes. Por ejemplo cuando el Presidente le dice al personaje principal: "Tráigame en la próxima semana una lista de todos los teléfonos que empiecen con 38". Ese fue un pedido bastante extraño.

Ahora quisiera redactar un breve resumen del cuento.
Así comienza: Una tarde en que pase por el malecón, note en un basurero, un objeto brillante, lo cogí y lo frote contra la manga de mi saco, era una insignia, lo guarde en el bolsillo de mi saco y me olvide de él. Un día mande a lavar mi saco y al entregarme, me dieron la insignia en una cajita. A partir de ahí lo use; una serie de cosas extrañas me sucedieron.

Estando en una librería, el dueño se me acerca y me ofrece libros de Feifer, yo no había preguntado y no sabía quién era el escritor. Y el hombre me dijo, lo mataron de un bastonazo en la estación de Praga, me retire comprando un libro de mecánica.

Mientras caminaba por una plaza, un hombre me dejo una carta, con una dirección y una cita “segunda sesión martes 4”. Yo fui y encontré a muchas personas que caminaban y tenían la misma insignia que yo, y me estrechaban la mano, y juntos entramos a la casa señalada. Un hombre de rostro grave habló desde un estrado; yo no entendí; pero otros salían entusiasmados. Al salir un hombre me preguntó si era nuevo, Quien me introdujo. Le hable del hombre de la librería, hizo memoria y dijo haya es Martín, él es un muy buen colaborador. Hablamos de Feifer y el dolor que causo su muerte.

Mi jefe me  dijo que le llevara todo los números que empiecen con 38, y desde entonces hice muchas otras cosas, tuve que llevar una docena de papagayos, arroje cascara de plátano a una residencia. Al cabo de un año me ascendieron un grado. Mi familia se preocupó por las cosas extrañas que hacía; nunca podía responderlos a sus preguntas, yo no hallaba un razonamiento claro de las cosas que hacía y no tenía argumentos para responderlos.

Y yo seguía trabajando con muchas ganas, fui relator, tesorero, a los tres años me enviaron al extranjero, sin un céntimo, pero siempre hallaba alguien que me sustentaba, así me vincule con otros, aprendí lenguas foráneas. Di conferencias, inaugure filiales y vi cómo se extendía la insignia de plata.

Han pasado diez años y ahora soy presidente, me tratan con respeto, y a pesar de todo, si me preguntan por la organización y el sentido que esta tiene, yo no sabría responder, vivo en la más absoluta ignorancia.

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