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El cuento de la
Insignia fue escrito en Lima en 1952, por Julio Ramón Ribeyro. Se
encuentra dentro del libro de cuentos “La Palabra del Mudo”. Está narrado en
primera persona.
Particularmente este cuento se basa
en una historia con hechos incomprensibles del personaje
principal. Me pareció muy entretenido e interesante en lo absoluto. Ya que
no se sabía de lo que hablaban algunos personajes. Por ejemplo cuando el
Presidente le dice al personaje principal: "Tráigame en la próxima semana una lista de
todos los teléfonos que empiecen con 38". Ese fue un pedido bastante
extraño.
Ahora quisiera redactar un breve
resumen del cuento.
Así comienza: Una tarde en que
pase por el malecón, note en un basurero, un objeto brillante, lo cogí y lo
frote contra la manga de mi saco, era una insignia, lo guarde en el bolsillo de
mi saco y me olvide de él. Un día mande a lavar mi saco y al entregarme, me
dieron la insignia en una cajita. A partir de ahí lo use; una serie de cosas
extrañas me sucedieron.
Estando en una
librería, el dueño se me acerca y me ofrece libros de Feifer, yo no había
preguntado y no sabía quién era el escritor. Y el hombre me dijo, lo mataron de
un bastonazo en la estación de Praga, me retire comprando un libro de mecánica.
Mientras
caminaba por una plaza, un hombre me dejo una carta, con una dirección y una
cita “segunda sesión martes 4”. Yo fui y encontré a muchas personas que
caminaban y tenían la misma insignia que yo, y me estrechaban la mano, y juntos
entramos a la casa señalada. Un hombre de rostro grave habló desde un estrado;
yo no entendí; pero otros salían entusiasmados. Al salir un hombre me preguntó
si era nuevo, Quien me introdujo. Le hable del hombre de la librería, hizo
memoria y dijo haya es Martín, él es un muy buen colaborador. Hablamos de
Feifer y el dolor que causo su muerte.
Mi jefe me dijo que le llevara todo los números que empiecen con 38, y desde entonces hice muchas otras cosas, tuve que llevar una docena de papagayos, arroje cascara de plátano a una residencia. Al cabo de un año me ascendieron un grado. Mi familia se preocupó por las cosas extrañas que hacía; nunca podía responderlos a sus preguntas, yo no hallaba un razonamiento claro de las cosas que hacía y no tenía argumentos para responderlos.
Y yo seguía trabajando con muchas ganas, fui relator, tesorero, a los tres años me enviaron al extranjero, sin un céntimo, pero siempre hallaba alguien que me sustentaba, así me vincule con otros, aprendí lenguas foráneas. Di conferencias, inaugure filiales y vi cómo se extendía la insignia de plata.
Han pasado diez años y ahora soy presidente, me tratan con respeto, y a pesar
de todo, si me preguntan por la organización y el sentido que esta tiene, yo no
sabría responder, vivo en la más absoluta ignorancia.
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